“Salitre”, de Carmen Paloma Martínez, por la escritora María Teresa de Vega




El universo de este poemario es de Vida y Muerte. Tras el fallecimiento de su padre, a quien va dedicado, aumenta en la poeta la conciencia, ya existente, de estas dos realidades, se afina el sentir de esta dualidad, cuya expresión poética, lograda, nos conmueve. La Vida aparece como el continuo movimiento del ascenso y del descenso, irremediablemente enlazados. Desazón, y conciencia de la belleza de la Vida. El sentimiento del vacío, que penetra hasta el más recóndito refugio del corazón y las dulzuras de la naturaleza y del vivir, entre las que se encuentran las de su niñez y las del amor al padre, ese fuerte e indestructible amor filial.

En “Se evapora el aire”, la poeta expresa su asfixia, le falta aire y Vida. Sin embargo, a esta cómo la ama. Nos habla de su encanto, su seducción, ese encuentro con su apariencia encantadora, y se dice con hermosa expresión: “… despertar a la vida y besar su aroma”.

Un hecho antinatural, inhumano, es el del morir, para el que no se está preparado en tantas ocasiones, es la gran ofensa, la gran infamia. En el vivir, sí, y aquí habla la autora, hay fuego, emoción, pero luego viene el agua sobre el ardor, el “apagón”, que dice la poeta. El apagón definitivo, o los sucesivos apagones o muertes que ocurren a lo largo de la vida.

Sobre su padre, tiene mucho que decir nuestra autora. En muchos poemas de este libro está su presencia viva, bien entendido, después de su muerte. Abatida por el pesar, el duelo en su corazón, trata de encontrarlo de nuevo. Está su recuerdo fundamentalmente asociado a su niñez, alegre por su presencia, un refugio frente al dolor y el miedo, y que podría resumirse en la palabra Salitre. Porque con el padre viene el mar, sus olas, todos esos entretenimientos en su orilla, en resumen, la Vida poderosa y grande. La estrecha relación que hemos mencionado con el mar, queda entre otras menciones, expresada en un bello paralelismo: el mar que besa la playa y el que besa su dolor mientras entra en su padre. Hay con él una comunión, un estar más viva que nunca. Al tiempo que un padecimiento, un frío anímicamente intenso la posee cuando piensa que en adelante ha de arreglárselas sola para estar viva.

Porque cuando no está viva, el desaliento ocupa el espacio, que se ha vuelto negro. Vienen el desasosiego, el desconcierto, la insatisfacción, la visión distorsionada de la existencia. La desorientación. El ruido, las caídas, los tropiezos. Las punzadas inmisericordes.

Pero, ¡otra vez el mar! El antídoto reparador que la salva, que la devuelve a la Vida y su fuerza arrolladora. Esa Vida que, como hemos dicho, tiene sus subidas, el impulso hacia arriba de la Vida, y sus bajadas. Una escalera (imagen que escoge la autora) en cuyo último peldaño aparece un recuerdo dorado, esa Vida que se fue y que puede aparecer en el futuro. Ante ese fruto vivo del tiempo de cada uno, nos inclinamos. Ante la Muerte, nos sometemos, como su padre, al fin asintiendo, con la cabeza baja claudicando, al marchar hacia ese paradero desconocido al que en vano iríamos a buscar a los seres amados. Entonces es inevitable que piense en el enigma del Universo. Pero sobre este misterio no hay nada más que preguntas suspendidas en el aire, como tantas que se refieren a lo que nos constituye esencialmente.

La poeta también habla de sí misma. No es el resultado de lo que quería el supuesto destino y, sobre todo, las convenciones sociales. Se declara rebelde, a veces provocativa, en discordancia con el mundo, fuerte en los momentos adversos, con una curiosidad cosmopolita, amplia por los lugares que desconoce de la Tierra. En su niñez fue la que es hoy, libre de imposiciones, con libertad, asociada como hemos visto al mar, el salitre, que es un espacio reconfortante y de felicidad. La inmersión en el mar como “un acto sagrado”.

Así pues, se libera de los que querían ocuparla, cercarla, encerrarla como en una cárcel. Hubo que entablar una batalla. Hoy no oculta lo que es, ya no es el “ovillo” apretado, constreñido. De esa circunstancia es una superviviente, con tanto que quiere olvidar, esos recuerdos que la atormentan, días funestos en que sufrió maltrato, “una estocada casi de muerte”, como titula uno de sus poemas, el infierno. La, a veces, tan fatídica memoria, trae en ocasiones esta “pesadilla”. Estos acontecimientos tienen que ver con una parte suya que la hace difícil, pero que la protege. El amor que existió ya es pasado, si bien hay otra índole de amor que eleva y sostiene, que da consistencia. Da cuenta también de la falta de amor en este mundo inmisericorde cuyo dolor la atraviesa y le impide ver el mañana. Por supuesto, un mañana desprovisto de las turbulencias y del desorden del mundo que ahora contemplamos.

En este poemario, como en la Vida, el Tiempo es la gratitud, el amor, el desamor, la pérdida, la vida exultante —un acorde poderoso de plenitud—, o derrumbada. Esta tensión la expresa con notable acierto nuestra poeta. Se sumerge y sale a la claridad con una habilidad poética digna de elogio. Y, como al final de su poemario, con ella, que se abre a la esperanza, comulguemos con la Luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario